Cuando años atrás abandoné el hogar familiar huyendo de mi familia, tratando de hacer lo propio con mi pasado, poco podía sospechar que me iba a dar de bruces contra la realidad tantas veces y de una forma tan dolorosa. Había cometido error tras error y caído en crisis tras crisis. Incluso las ganas de abandonar aquella agotadora lucha me habían llevado hasta las puertas de la muerte. Sin embargo, como había ocurrido en aquellos duros y lejanos años de mi infancia, mi enérgica determinación aún seguía ahí. Pese a las sombras que me envolvían, pese al pesado lastre que arrastraba dentro de mi corazón, allí seguía para empujarme a avanzar. Allí seguía para mantenerme con vida.
Tras un último año especialmente terrible, ahora estaba en condiciones de luchar por la vida en búsqueda de una nueva oportunidad, quizás la última que me quedaba. Empecé poco a poco, tratando de no agobiarme, centrándome en el trabajo, disfrutando los escasos pero buenos momentos con mis amigos, construyendo desde la misma base. Aunque trataba de mantener siempre la serenidad, seguía habiendo momentos en que todo parecía tambalearse. Todavía los miedos del pasado surgían a veces de las profundidades más lejanas y negras de mi corazón, susurrándome al oído que no me engañara, que nunca podría llevar una vida normal. Era en aquellos momentos cuando más necesitaba hacer acopio de todas mis fuerzas y recordar mi reciente promesa a aquella niña indefensa y maltratada que no tenía a nadie más que a mí misma. Aquella promesa era mi sostén, y no pensaba soltarme.
Fue en aquellos años de lenta recuperación cuando me aferré de nuevo a la escritura, como ya hiciera años atrás de mano de una de mis terapeutas, y redescubrí que escribir sobre mi propia experiencia era hasta cierto punto liberador. Comencé entonces a trabajar en el borrador de lo que muchos años de trabajo más tarde acabaría siendo este relato. A través de las palabras recuperaba el pasado y sentía que podía existir un futuro. Plasmar las vivencias de aquella niña que había sido me ayudaba a reconciliarme con ella de nuevo, a renovar el vínculo que nunca debimos perder.
Durante años la había arrinconado, silenciado, ocultado como si de esa forma pudiera hacerla desaparecer. Lo único que había conseguido era impedir mi propio crecimiento interior, mantenerla encerrada en una cárcel de confusas emociones callada, dolida y avergonzada mientras aguardaba su momento. La había culpado a ella de todos mis males al convertirme en mujer, cuando no era más que una niña que sólo añoraba jugar, soñar y reír como cualquier otra. Ahora de nuevo podía sentirla, chillando de placer cuando me empapaba en un día de lluvia o despertando de gozo ante la visión de las flores en primavera. Sólo que ahora sabía que nunca más volvería a estar sola. Ambas, niña y mujer, estábamos unidas para siempre de nuevo para así reparar el imperdonable daño que se nos causó cuando fuimos tan brutalmente separadas.
Tras un tiempo dedicada a la reconciliación conmigo misma, comencé poco a poco a ganar seguridad en mis posibilidades, en mi propio futuro. Fue entonces cuando conocí al que acabaría convirtiéndose en mi marido. Era un chico tranquilo, poco efusivo pero muy sereno. Coincidimos a través de una compañera del gimnasio, casi por casualidad. Su trato hacia mí era siempre muy correcto y me transmitía mucha calma y seguridad. Aunque de orígenes humildes, se había criado en un entorno apacible con el apoyo de su familia y estaba muy centrado en una carrera profesional que recién comenzaba. Sentí que a su lado podría dar el paso definitivo, dejar aquel mundo infecto e inhumano del que provenía y adentrarme en uno totalmente nuevo y desconocido para mí, uno de total normalidad.
Aunque a su lado me sentía confiada y respetada, el pasado es una losa muy pesada que puede ahogar cualquier pequeña esperanza de un futuro mejor. La felicidad que me invadía estaba empañada por el terrible sentimiento de culpa y el miedo a que la persona destinada a compartir mi vida pudiera descubrir los vergonzosos secretos que salpicaban mi historia anterior. A medida que crecía nuestra intimidad, fueron varios los intentos que llevé a cabo, pero una y otra vez me faltaba el valor necesario para sincerarme completamente. Conocía los problemas de mi madre, comprendía los motivos de mis diferencias fraternales y estoy segura de que intuía la poderosa influencia que una familia tan problemática como la mía había ejercido en el desarrollo de mi personalidad. ¿Acaso no era merecedor también de estar al corriente de los graves abusos ocurridos durante mi infancia y de las circunstancias que me habían arrastrado incluso a flirtear con la prostitución? ¿Era justo ocultárselo y vivir aterrorizada por la idea de que tarde o temprano lo descubriera por una tercera persona? Pese a la ilusión de poder iniciar un nuevo camino junto a él, mi pasado me había convertido en una persona vulnerable y frágil que no era capaz de abordar las situaciones difíciles que se me presentaban con el coraje que sería necesario. Haría falta mucho tiempo hasta que fuera capaz de abrirme totalmente a él y ser finalmente correspondida con su total apoyo y comprensión.
No fue la única muestra de esa fragilidad que sentí en los años venideros y que aún a día de hoy sigo sintiendo. Cuando me encuentro en una situación de conflicto o simplemente percibo que alguien busca aprovecharse de mí de forma egoísta soy muchas veces incapaz de reaccionar. Es como si en esos momentos una alarma se activara en mi interior hasta el punto de paralizarme, de impedir una respuesta natural. En ocasiones, incluso cuando realmente no hay amenaza de ningún tipo percibo la misma alarma que me pone a la defensiva también frente a personas que pueden no tener malas intenciones. Poco a poco he tenido que aprender a detectar esa ambigüedad, a controlar mi primera reacción para tratar de analizar qué ha pasado y racionalizar la situación en base a las circunstancias. Ha sido un arduo trabajo, pero me he preparado para controlar mis miedos, para no dejarme arrastrar por la inseguridad, para convencer a mi instinto de supervivencia que ya no estoy en peligro.
Para ser capaz de enfrentarme a todo ello de la mejor manera posible, pese al total apoyo del que era mi pareja y con quien no tardaría en casarme, decidí buscar ayuda adicional por parte de profesionales. Tras varios intentos fallidos en los que no fui capaz de sentirme lo mínimamente cómoda que sería necesario en unas circunstancias como las mías, inicié contactos con la asociación ACIM -Asociación Catalana por la Infancia Maltratada- quienes a través de su programa ACULL me proporcionaron gratuitamente una psicóloga especializada, Raquel González Buisan. Comencé entonces una terapia semanal que acabaría siendo vital en mi recuperación. La primera visita que realicé con ella fue para mí como aterrizar en una nube de algodón, plácida y acogedora. Desde el primer momento pude percibir su enorme sensibilidad. Hasta el momento no había topado nunca con una profesional con tanta humanidad. Su trato era exquisito, sus palabras de extrema delicadeza y su mirada sincera y auténtica. Percibí que quería ayudarme de verdad, que no esperaba ser protagonista o mi salvadora, solo ejercer su trabajo de la mejor forma posible. Aunque al principio era incapaz de expresarme con franqueza, a base de sesiones fue ganándose mi más absoluta confianza y logrando que me abriera a ella.
Miedos, ansiedad, desconfianza, inseguridad, aislamiento, depresión, baja autoestima, desorden alimentario, problemas de concentración, trastornos del sueño, pesadillas, paranoias, repulsa ante mi propio cuerpo, comportamientos autodestructivos, estrés post traumático, …
Es muy difícil para una persona salir de la pesadilla de todos esos síntomas que te envuelven diariamente y con los cuales hay que lidiar hora tras hora, día tras día, año tras año… Lo fácil es recurrir a la autodestrucción como ya había hecho antes, pero había decidido que no me iba a rendir. Cuando aterricé en ACIM sentía que tenía que aprender a caminar, a mover mis articulaciones con soltura y a orientarme en el complejo mapa de las relaciones sociales. A base de mis sesiones con Raquel, a ser constante en mi propia rehabilitación y a ser responsable con el uso de las habilidades que aún había de aprender, fui sintiéndome más y más capaz de recorrer el tortuoso camino de la vida.
Mientras tanto, mi madre y mi hermano seguían sumergidos en sus propias dificultades. Había reducido al mínimo imprescindible mi contacto con ellos y el resto de la familia. Mucho menos aún les hacía participes de mis avances o de mi propia lucha, ellos tenían sus propias batallas. Pese a ello tuve que salir en su ayuda más de una vez. Estuvieron a punto de perder el piso por culpa de diversos impagos, cosa que era demasiado habitual. Mi madre se había endeudado pidiendo varios préstamos sin tener posibilidad de devolverlos y eso los llevó hasta el embargo. Pude pagar todas y cada una de sus deudas y organizar su economía, evitar que acabaran en la calle sin ningún sitio a donde ir. No fue una ayuda sin condiciones, dejé muy claro a mi madre que si volvía a pasar algo similar me pondría en marcha para tramitar su incapacidad con las consecuencias que eso conlleva.
Mi relación con ella durante estos años no ha pasado de puntual, sólo acudo cuando necesita ayuda de algún tipo, especialmente en lo relativo a su enfermedad, que requiere numerosos ajustes de la medicación a la que está atada de por vida. Pese a que nuestra relación no ha sido nunca buena, creo que en parte puedo comprender su dolor y sus actitudes. Después de todo lo que me ha hecho o me ha dejado de dar, es imposible para mí establecer cualquier tipo de vínculo afectivo con ella. Sin embargo, trato de ponerme en su piel y entender que ella tampoco lo tuvo fácil en su infancia. Estaba sometida a su enfermedad, al mismo ambiente y familia problemáticos que yo y quién sabe si también a abusos sexuales. ¿Cómo no iba a escapársele de las manos el hecho de convertirse en madre soltera pese al irreparable daño que eso supuso para las personas que probablemente más quería en su vida?
Por su parte, constantemente me expresaba la necesidad que sentía de recuperar a su hija, no siendo seguramente consciente de que ya era demasiado tarde. Aunque yo no haya cortado la relación y siga estando disponible para ayudarla cuando me necesita, jamás volveré a ser capaz de abrazarla, ser cariñosa o incluso mínimamente agradable con ella. Probablemente ni siquiera lo comprende. Dudo incluso que haya reflexionado sobre todos los errores que cometió o las circunstancias que me llevaron a poner esta distancia entre nosotras. Todos cometemos errores, yo misma he cometido muchos en mi vida, pero en su caso ni siquiera ha tenido la capacidad de recapacitar sobre ellos para cerrar el ciclo que comenzó hace tantos y tantos años cuando se quedó embarazada.
Actualmente, ha iniciado un camino que le llevará a la muerte. Sus dos pulmones están prácticamente colapsados a causa de su afición al tabaco. El oxígeno le llega a cuentagotas y los médicos le han ofrecido ayuda y consejos que ella se ha negado a aceptar. Ha elegido morir lentamente y ahora sólo nos queda esperar.
En cuanto a mi hermano, la relación con él tras los conflictos que nos llevaron al cara a cara en el juzgado ha sido y continúa siendo de respeto mutuo. Al poco de conocer yo a mi pareja, nos sorprendió a todos casándose y teniendo un hijo con una chica de apenas 18 años a la que había conocido. Pero seguía teniendo demasiados conflictos internos. Está diagnosticado de bipolaridad y sumergido en problemas económicos, peleas y líos de todo tipo. Sospecho que maltrataba a su pareja, lo que le costó la separación muy poco tiempo después. Yo intenté ayudar como pude, tratar de evitar que se repitiera el mismo patrón de nuevo en mi sobrino, incluso acogiéndolos a él y su madre en mi casa un tiempo. Cual sería mi sorpresa y desgracia, cuando algunos años después volvería a cometer los mismos errores juntándose con otra chica, volviéndola a dejar embarazada y trayendo al mundo una niña para poco después volver a repetir los mismos problemas de convivencia con ella que con su anterior pareja. ¿Qué puedo hacer sabiendo que ésta pobre niña va a sufrir, ser silenciada, enfrentarse a las mismas circunstancias adversas que yo me encontré y convertirse en otra luchadora más obligada a tirar de perseverancia y coraje para salir del agujero al que mucho me temo pueda estar predestinada?
Yo mejor que nadie sé la imprudencia tan terrible que ha cometido trayendo al mundo a esos niños sin estar capacitado para atenderlos adecuadamente. Aún a día de hoy sigue completamente a la deriva, perdido y consumido por sus propias limitaciones, sumergido en un bucle sin salida de sufrimiento y dolor. Sé por lo que ha tenido que pasar, igual que lo hice yo misma, pero no puedo sentir hacia él nada más que comprensión. Ni siquiera siento enfado o rabia, sólo le echo de menos. Echo de menos al que fuera tanto tiempo atrás mi otra mitad, con el que pasara tantos momentos felices cuando no tenía a nadie más en la vida. Alguien que sin embargo en un momento dado se separaría de mí para nunca jamás volverme a encontrar.
Al poco tiempo de casarme, en la que sería una ceremonia muy íntima sin apenas familia, animada en parte por la calurosa comprensión que había encontrado en el que era ahora mi marido al explicarle las circunstancias por las que había tenido que pasar durante la infancia, pensé que igual era por fin el momento de denunciar públicamente al que había sido mi abusador. Hasta ahora nunca había encontrado el valor para siquiera pensar en ello, sólo quería cerrar esa etapa y no volver a acercarme a él nunca más. Ahora la idea de que otras niñas pudieran seguir pasando por lo mismo me carcomía y evitaba que mis heridas pudieran cerrarse completamente.
Finalmente encontré el valor para acercarme a mi tía Lidia, con la que en aquella época aún conservaba una buena relación. Pensé que haciéndolo público dentro de la familia lograría que repudiaran a aquel monstruo, que no volvería a tener la oportunidad de hacerle a otras lo que me había hecho a mí. La única respuesta que obtuve por su parte fue el llamarme mentirosa. ¿Cómo podía hacerle algo así a mi tía Carmela, que en tantas ocasiones me había puesto un plato de comida en la mesa? Debería caérseme la cara de vergüenza, no era más que una desagradecida.
Volví a intentarlo con la madre de mi tía Valeria, su hija también había sufrido abusos y era probable que comprendiera mi situación. Pero de nuevo no recibí de su boca más que lindezas como lianta o exagerada. Es más, me explicó con todo lujo de detalle como su hija había invitado al personaje en cuestión a su boda sin que pasara nada malo por ello. Al final mis intentos sólo habían servido para ser tachada de mentirosa y que me dieran definitivamente de lado de la familia, incluso transmitiéndole a mis primos más pequeños lo mala persona y lo nociva que yo y de paso mi marido éramos.
Sin embargo, algo había nacido dentro de mí y ya no sería capaz de pararlo. Por primera vez sentía la necesidad de hablar, de hacerlo público, de ayudar a otras con mis palabras. Había necesitado muchos años para llegar hasta allí, había logrado reconciliarme conmigo misma y encontrar el apoyo de otras personas. Ahora me sentía en deuda con la sociedad y con todas las personas que habían debido pasar por lo mismo. La llegada al mundo de mi primer sobrino no había sino acentuado esa sensación de que podía y debía hacer algo. La niña que fui había rogado mucho tiempo en silencio esperando que alguien viniera a salvarla, alguien que nunca llegó. Si podía ayudar aunque fuera a una única persona, todo habría valido la pena.
Tendría una nueva e inesperada oportunidad muy pronto, de la mano de un programa de actualidad en la cadena de televisión pública catalana. En el programa, aparte de comentar y discutir las noticias de actualidad de la mano de ilustres invitados y periodistas, se trataban temas de interés general de diversa índole. Una mañana, descubrí con sorpresa que la discusión del día se centraba en los abusos sexuales a menores, dando la oportunidad a las personas que lo desearan de ofrecer su propio testimonio. Cuando me quise dar cuenta, estaba marcando el número que aparecía en pantalla y explicándole a una simpática joven que estaba dispuesta a contar mi historia delante de las cámaras. La chica, una de las regidoras del programa, no quiso desaprovechar la oportunidad que se le presentaba y, sin darme la opción de reconsiderar mi arrebatado ofrecimiento, me propuso acudir como invitada al debate del día siguiente. Un taxi me recogería en la puerta de mi domicilio y volvería a dejarme en casa, incluso mi rostro aparecería tapado para mi propia protección, yo sólo debía preocuparme de contar mis experiencias frente a la audiencia. Acepté y, exactamente 24 horas después, me encontraba camino de los estudios de televisión, en la población vecina a Barcelona de Sant Joan Despí, en compañía de mi marido.
Estaba hecha un atajo de nervios, pero se lo debía a la niña que había vivido aquellos sucesos además de a todas aquellas que todavía seguían sufriéndolos en la actualidad. Quizás mi testimonio podría animar a quienes, como yo, no entendían que no eran culpables de la situación que vivían, que sólo habían tenido la mala suerte de que el verdadero responsable, algún asqueroso depredador de víctimas inocentes, se cebara en ellos aprovechándose de su fragilidad. Ya no podía volver al pasado y cambiar el curso de los acontecimientos, pero sí podía intentar ayudar a otros y a mí misma a cambiar el presente. Tenía una oportunidad de hacerlo y estaba decidida. Temblando, bajé del taxi apretando con fuerza la mano de mi compañero. Habíamos llegado.
Una vez ante las cámaras, acabadas las presentaciones de rigor y un breve resumen de lo hablado el día anterior, me dieron paso enseguida. De mi voz salían palabras nerviosas y escuetas relatando los sucesos por los que pasé mientras una de las invitadas, una famosa contertuliana habitual del movimiento feminista, iniciaba un encendido discurso arremetiendo duramente contra la figura del abusador. El debate no tardó en derivar hacia las complicaciones de denunciar este tipo de actos debido a que las víctimas son menores incapaces de afrontar una situación como la que una acusación conlleva. La presidenta de una asociación de víctimas, al teléfono, remarcó que, como en mi caso, los delitos de abusos sexuales en la infancia suelen prescribir antes de que las víctimas se animen a denunciarlos.
Habiendo terminado mi participación, mi mente siguió dando vueltas a aquellas palabras. Nunca había pensado que el crimen podía prescribir. En el fondo, siempre había contado con la posibilidad de llegar algún día a armarme de valor y denunciar los hechos a la policía. Ahora tendría que resignarme a no poder hacerlo jamás, aunque estaba contenta de al menos haberlo podido denunciar públicamente, aunque fuera con mi rostro oculto y sin dar nombres. Aquella breve y corta aparición en la tele solo fue un ensayo, seguramente aún no estaba preparada al cien por cien para comunicar en un medio público a cara descubierta. El momento llegaría, y deseaba poder ser capaz de expresar con soltura todo lo que sentía. Desde luego en mi mente resonaban tosas las palabras habidas y por haber, aunque debido a mis problemas de infancia mis capacidades de comunicación oral no son las mejores. Con ayuda de terapia y mucho esfuerzo he luchado para mejorar en la expresión de mi discurso, aunque me cuesta ser capaz de expresar mis ideas o mis opiniones de forma fluida y estructurada. Igual, quien sabe, podría escribirlo todo para ser capaz de explicarlo luego.
Pese a todo, durante un tiempo no me quedó más remedio que abandonar aquellas ideas. Me había decidido a ser madre y ni siquiera eso iba a resultar fácil para mí. Tuve que concentrar todas mis energías en someterme a un proceso de infertilidad, hasta seis inseminaciones y dos intentos de fecundación in vitro, que se alargaría durante años hasta concluir, con gran alivio para mí, en un niño precioso en el que volcaría todas mis energías.
El proceso, además de largo, fue muy duro. Aparte de la propia frustración de tanto intento fallido, cada tratamiento suponía una buena dosis de hormonas y medicamentos que no hacían sino desestabilizar mi ya de por sí frágil mente. Todos los fantasmas del pasado planearon sobre mí de nuevo durante aquel periodo e incluso durante el ansiado embarazo y los primeros años de crianza de mi bebé. Nos habíamos marchado lejos de Barcelona, al bonito pueblo costero de Castelldefels, en parte buscando alejarnos de cualquier rastro de mi familia, para poner tierra de por medio con ellos. Pero ahora me veía sola, sin apoyo familiar de ningún tipo por la parte que me tocaba, aunque sí lo tuviera por parte de mi pareja y su familia. Pensaba en como no podría aportar unos abuelos, unos tíos o incluso unos primos a mi hijo. Se me inundaban los ojos de lágrimas al oír a mis amigas hablar de sus madres ejerciendo de superabuelas o al ver a sus hijos compartiendo la Navidad con sus primitos.
Sin embargo, por malos momentos que pasara, todo era diferente ahora. Por encima de todo le tenía a él. Quería y quiero darle a mi hijo una buena infancia libre de maltrato físico, abusos sexuales o humillaciones. Pensaba asegurarme de que tuviera todo de lo que yo había carecido; una buena alimentación, educación, libertad y por encima de todo mucho amor. No creo que nadie pueda ser un padre o una madre perfecta, ni mucho menos yo. Pero lo que sí me hace sentir que estoy haciendo lo correcto en mi papel de madre es poderle demostrar a mi hijo lo mucho que le quiero, el lugar especial que ocupa y siempre ocupará en mi corazón. No siempre se tienen todos los recursos económicos o materiales que se necesitan para educar a un infante en condiciones, pero por encima de todo lo más importante es hacerles sentir queridos, además de valorados, respetados y escuchados. Si se tiene eso, como yo nunca lo tuve, todo lo demás queda en un segundo plano.
Cuando ya mi hijo había cumplido los cinco años y todo parecía ir bien, con mis principales dudas y miedos sobre la maternidad habiéndose vuelto no más que confusos recuerdos olvidados, el destino iba a darme una nueva oportunidad. Sentía como si hubiera estado sentada en un banco de la estación de la vida viendo pasar un tren tras otro sin subirme a ninguno. Pero ahora un último tren se detenía abriendo sus puertas ante mí y dándome la oportunidad de subirme y abandonar mi pasado definitivamente. Era la Navidad del año 2016 y aún no era consciente del importante cambio que iba a suceder en mi vida, de que finalmente el círculo que se abriera tantos años atrás, al ser víctima de abusos sexuales por primera vez, iba a completarse.
Me había visto obligada a traer a mi sobrino a casa unos días porque mi hermano había sido denunciado por violación y maltrato de género. La denunciante era una chica a la que había conocido durante su ingreso temporal en un hospital psiquiátrico, a causa de su bipolaridad, y con la que comenzara un conflictivo noviazgo que concluiría un tiempo después con una hija en común. Hasta en dos ocasiones se lo llevaron detenido y no podía permitir que su hijo fuera testigo de aquella situación precisamente durante los días en los que le tocaba estar con su padre según el acuerdo de separación.
Pese a aquella circunstancia, estábamos disfrutando unos días festivos en paz en familia, alejados del conflicto en nuestro hogar en Castelldefels. El día 3 de enero, cuando menos lo esperaba, recibí la llamada de una periodista llamada Magdalena Oliver. Quería entrevistarme y ofrecerme participar en un programa llamado “La Gent Normal” de TV3 presentado por la popular periodista Agnes Marqués.
Mi primera respuesta ante su propuesta fue un no rotundo. Me sentí aterrorizada al escuchar que debería grabar a cara descubierta, desnudar mi alma frente a todos ahora que ya había conseguido superar el pasado y labrarme un futuro tras tantos años de lucha. Sin embargo, nada más colgar el auricular el coraje fue apoderándose progresivamente de mí y pensé que no tenía nada de lo que avergonzarme, que no debía seguir callando ni permitirme el lujo de seguir aislada mientras mi depredador seguía tranquilo e impune. Inmediatamente, cogí el teléfono de nuevo y volví a llamar a la periodista para darle esta vez una respuesta positiva. Le expliqué por lo que había tenido que pasar cuando era niña mientras las imágenes de todos aquellos abusos que había vivido volvían a mi memoria una vez más. Finalmente, le confirmé que estaba dispuesta a denunciar los hechos a cara descubierta.
El día de la grabación, pese a los nervios, me sentía ilusionada. Pensaba que era una persona muy afortunada por tener la oportunidad de dar un paso tan importante y estaba decidida a hacerlo. El programa se iba a grabar en un local llamado “El Lobito” de Barcelona y desde el mismo momento en que entré allí me sentí atendida y bien tratada tanto por la propia Agnes, como por el resto del equipo, con las que aún a día de hoy conservo el contacto. Todos cuidaron hasta el más mínimo detalle para que me sintiera confiada, respetada, a gusto. Incluso me ofrecieron algo de abrigo al percibir los temblores que me invadían, en parte por la emoción, en parte a causa del frío que hacía dentro del local.
El programa tenía formato de mesa redonda y participábamos, además de la propia Agnes, dos chicas más y yo misma. Estaba diseñado desde la intimidad y contaba además con la aparición estelar de la famosa cantante Lidia Pujol, también víctima en su infancia. Su intervención me emocionó especialmente, cuánto dolor reflejaba en su canto y a la vez cuánta luz había en sus palabras. Cuando tuve el turno de palabra, gracias al formato y a la comprensión de las presentes, pude explicar cual era mi situación familiar cuando sufrí los abusos y a su vez la actitud de rechazo de mi familia en relación a cualquier conato de denuncia. Me sentía mucho más capaz de verbalizar la historia con naturalidad que en mi anterior aparición delante de las cámaras, pese a que el relato no era fácil ya que no podía dar nombres ni acusar directamente a los monstruos que habían roto el cristal de mi alma siendo sólo una niña.
El debate continuó y por momentos noté que mis ojos se humedecían. Incluso me fue difícil no dejarme llevar por la emoción al escuchar el relato de otra de las entrevistadas, la que a día de hoy es mi buena amiga Esther. Sus padres la habían rescatado y apoyado cuando ella más los había necesitado y me sentí inmensamente feliz por ella al escucharlo al tiempo que me sentía terriblemente triste por mí misma. De repente, escuché la voz de Agnes mientras ponía una mano en mi brazo.
– ¿Todo bien?
–Sí, bien, bien –contesté haciendo un esfuerzo titánico por no derrumbarme
El programa continuó mientras no dejaba de sorprenderme al escuchar los testimonios de mis compañeras y los videos del resto de participantes. Siempre había sentido que era diferente a los demás por todo lo que había tenido que pasar, pero la cantidad de personas afectadas era ingente, aquello era una auténtica lacra. Durante lo que quedaba de programa y las horas posteriores, una persistente idea se alojó en mi cabeza. Por más programas que se hicieran, por más gente que denunciara, los casos van a seguir repitiéndose. ¿Qué hay que hacer para que de una vez por todas se empiecen a cambiar las leyes, para que haya más y mejor soporte emocional a las víctimas, para que deje de ser un tema tabú en la sociedad? Sólo conseguiremos detener esto de verdad con más prevención e información a familias y niños, más protección a las victimas afectadas y unas leyes que de verdad protejan a nuestros niños por encima de todo. Recordé el obstáculo de la prescripción, que evita, como en mi caso, que los adultos puedan denunciar los abusos cuando después de años de recomponerse son capaces de hacerlo. Ha habido presión e innumerables peticiones por parte de asociaciones, entidades y víctimas, pero la ley aún continúa igual.
Cuando acabamos de rodar, me sentí enormemente arropada por parte de todo el equipo y mis compañeras. Magdalena Oliver enseguida se acercó a mí y me ofreció algo caliente mientras la maquilladora me daba un fuerte y cálido abrazo. Agnes Marqués también tuvo unas palabras de ánimo, transmitiéndome que no estaba sola, que había buenas personas en el camino y que gracias a todas y cada una de ellas podría salir adelante. Hubo un antes y un después de ese día y siempre estaré eternamente agradecida a la oportunidad que me dieron porque gracias a ellas pude reaccionar y coger aire para continuar mi lucha.
Los días siguientes a la grabación, dado que el programa no se emitiría hasta junio, sentía la necesidad de seguir pudiendo explicar mi experiencia a otras personas y aportar mi granito de arena para tratar de cambiar las cosas. A través de Esther, una de mis compañeras en el programa, contacté con Xavi Pérez, periodista de la cadena radiofónica RAC1. Estaba recopilando testimonios para escribir su novela “Un mal invisible”, inspirada en el tristemente famoso caso de los Maristas. Tras acreditarle sin demasiados problemas la veracidad de mis experiencias a través de mi psicóloga, Raquel González, con la que ya llevaba casi una década de terapia, quedamos una tarde para que me entrevistara. La entrevista acabaría durando más de dos horas, en las que fui desgranando una tras otra todas y cada una de las piezas del macabro puzle de mi pasado. Fue al acabar cuando el periodista me avisó que mi caso podía no haber prescrito a diferencia de lo que pensaba. Según la ley actual, los abusos sexuales prescriben a los veinte años de la mayoría de edad de la víctima. Si eso era realmente así, aún me quedaban unos pocos meses antes de que prescribiera definitivamente.
Tal fuerza tuvo esta revelación en mi interior que, tras unos instantes de confusión, el deseo de saldar la deuda que tenía pendiente conmigo misma se impuso al temor de comenzar un proceso judicial que a la postre acabaría siendo un tortuoso camino de recursos, abogados y tribunales sin fin. Ante la incrédula mirada del periodista, reuní en aquel mismo instante las fuerzas necesarias para finalmente denunciar los hechos. No podía denunciar a todas y cada una de las personas implicadas, pero sí quería hacerlo con el que lo empezara todo, quien fuera mi verdadero demonio interior, el marido de mi tía Carmela. El propio Xavi Pérez se ofreció a acompañarme a presentar la denuncia y unos días después, tras recopilar toda la documentación de la que fui capaz, nos personamos en la comisaria de los Mossos d’Esquadra de mi pueblo, en lo que sería el paso adelante más importante de toda mi vida.
El proceso aún dura a día de hoy, el desgaste de tiempo, energías y dinero que me está suponiendo es ingente, pero la mera posibilidad de que el culpable siga reincidiendo me empuja a seguir luchando. Mi objetivo no es la venganza, ni siquiera el deseo de zanjar lo ocurrido. Lo único que busco es que se investigue a fondo si el delito puede seguir dándose y evitar que cualquier otra persona tenga que pasar por lo mismo que yo pasé. Hay delitos que nunca prescriben, como el genocidio o el terrorismo, y no puedo aceptar que un crimen que afecta lo más sagrado que hay, nuestros niños y niñas, no tenga la misma importancia de cara a la justicia que nos debe proteger. ¿Hay acaso algo que necesite más protección que la propia inocencia? No sé si finalmente lograré algo en esta empresa, pero por la niña que una vez fui, por la pureza que le fue tan salvajemente arrancada, por todas aquellas que continúan siendo brutalmente agredidas, debo intentarlo hasta la última posibilidad.
Cuando aún la denuncia se estaba tramitando en el juzgado, sin confirmación aún de que fuera a ser admitida, se emitió el programa de “La Gent Normal” por televisión. Pese al cálido apoyo y soporte que recibí por parte de amigos y conocidos que descubrían por primera vez mi situación, en mi propia familia, como no podía ser de otra forma, la reacción fue muy diferente. No pasó ni una semana cuando me llegaron las primeras amenazas, tal como mi marido me había avisado que ocurriría. En lo más profundo de mi corazón aún guardaba la esperanza de que les pasaría inadvertido, de que ninguno de los integrantes del cerrado clan verían el programa. Obviamente no fue así. En cuatro días tenía mensajes en mi móvil advirtiéndome de lo que me pasaría si se me ocurría volver por mi antiguo barrio, y en un par de semanas se permitieron el lujo hasta de subir un video a redes sociales donde algunos de mis primos y el propio marido de mi tía Carmela se burlaban públicamente de mis denuncias y banalizaban sobre los abusos sexuales. Pese a lo surrealista de la situación, no necesitaba pasarme por allí para saber el revuelo que se había montado. Una breve conversación telefónica con mi madre me valió para comprender que todos en la familia y el barrio eran ahora plenamente conscientes de lo sucedido.
La reacción de mis primas Valeria y Aina, lamentablemente, tampoco me sorprendió. Pese a haber vivido también en sus carnes abusos por parte del mismo demonio que me violara a mí, cerraron la puerta a cualquier posibilidad de unirse a mis denuncias de un portazo. La sola idea de que su secreto pudiera ser desvelado, dando lugar al final de una farsa sostenida durante tanto tiempo por miedo y vergüenza, las espantó hasta tal punto que prefirieron esconderse bajo el silencio de la hipocresía. Nada podía esperar de ellas, preferían dejarme sola antes que apoyarme frente a la persona que en su día tanto daño les hiciera.
Todas aquellas reacciones no sirvieron más que para que constatara de nuevo el poder de la decadencia que imperaba en mi antigua familia, antigua porque definitivamente ningún lazo me unía ya a ellos. Su respuesta frente a la verdad, la verdad que durante tanto tiempo habían mantenido escondida; eran la ira, la maldad y la ignorancia. Ira por saber que sus secretos, por pestilentes que fueran, podían ser aireados frente a la sociedad por quienes ellos consideraban uno de los suyos. Maldad por preferir enterrar unos hechos tan terribles aunque eso significara sacrificar a los más débiles entre los suyos. Ignorancia por no entender lo sola que me había visto, repudiada por aquellos que me habían visto crecer sin pararse nunca a pensar en si algo me pasaba.
Gracias a mi aparición en televisión, definitivamente había visto su auténtico rostro. Durante años había sido insultada, amenazada, ignorada, golpeada,… Pero hasta ese momento no había sido plenamente consciente del problema tan arraigado que subsistía en las propias raíces de aquel clan. ¿Cuál podía ser el origen? ¿Qué es lo que lleva a toda una familia a comportarse en la forma en que lo había hecho la mía? Intento comprenderlos, empatizar con ellos y entender el sufrimiento que como familia han padecido a lo largo de los años. Son muchos los sucesos amargos que han dejado mella en sus corazones. El miedo, la inseguridad y la rabia no son más que sombras que han guiado sus pasos en el transcurrir de sus vidas. La falta de una educación decente les ha llevado a la ignorancia, la ignorancia como creencia radical de que no hay otras ideas que las suyas propias, que su distorsionada forma de hacer las cosas es la única que existe, sumergiéndoles en un mundo irreal, un mundo en el que están encerrados como los habitantes del mito de la caverna de Platón. Lo peor es que ni siquiera han demostrado señal alguna de arrepentimiento o de deseo de cambiar las cosas. Prefieren seguir anclados a su dolor, a su tristeza, a la ira, al odio, a la eterna decepción ante un mundo que avanza dejándoles atrás. Su pensamiento único, su ensalzamiento del clan frente a cualquier otra cosa, es seguramente la única forma de hacer más llevaderas sus vidas.
Ojalá pudiera yo ayudarles como ellos nunca fueron capaces de ayudarme a mí o a mi hermano. Me gustaría poderles arrancar del camino de sufrimiento por el que transitan, como yo conseguí hacer, como alguna otra de mis primas ha logrado a base de poner distancia con ellos. En el pasado lo he intentado, saben bien que he tratado de mostrarles mi apoyo, ayudarles a abrir los ojos, a hacerles ver que existe otra realidad. Una realidad visible en contradicción a la realidad invisible que impera en sus dominios. Una en la que a la familia se le ama, se le respeta, una donde se comparten los momentos importantes de la vida, donde las relaciones son saludables. Me entristece que no puedan verlo, saber que no van a ser capaces de huir de la cárcel que ellos mismos han construido. No me queda más que seguir mi camino, superar el duelo por su pérdida porque para mí todos ellos han muerto ya. No les guardo odio, ni siquiera me quedan ansias de venganza, sólo siento comprensión y olvido.
A través de las palabras de este relato, he tratado de expresar las graves secuelas que las experiencias traumáticas en la infancia pueden dejar en los niños. Mi propósito ha sido explicar que los niños que han sufrido abusos se convierten en adultos rotos, deshechos y perdidos en un mundo en el cual no saben manejarse porque nadie les ha ensañado a hacerlo. Mediante mi propio testimonio he querido describir como esas secuelas perduran en el tiempo durante años y años; años de calvario, de sufrimiento, de angustia, de soledad, de aflicción… Ningún niño o niña merece pasar por algo así, que se vulneren sus derechos fundamentales y más básicos; su integridad física, sexual y psicológica. Como sociedad les debemos protección por encima de cualquier circunstancia. Es nuestra obligación entenderlos, escucharlos y por encima de todas las cosas, darles amor.
Pese a la experiencia vivida me considero una persona afortunada. Afortunada porque todos los sucesos traumáticos por las que he pasado me han hecho ser la mujer que soy hoy en día. Gracias a ellas he aprendido y he podido crecer como ser humano. Ahora sé que la aflicción que habita en mí me acompañará para siempre. He aceptado que el deseo de morir seguirá intentando seducirme mientras viva. Pero también sé que por encima de todo quiero aferrarme a la vida, por mi hijo, por el hogar que he construido junto a mi marido. Estoy agradecida a ese rayo de luz que me ha acompañado en todo el camino. He tenido la suerte de poder ver más allá de lo que pasaba en el seno de un núcleo familiar corrompido, de escapar del infierno en el que he estado sumergida durante tantos años, de comprender que esa no es la vida que quiero para mí y para los míos.
Me ha costado muchos años completar este relato, ser capaz de desvelar a los demás mi realidad invisible. Ahora soy feliz por haberlo hecho, por haber dado voz al silencio de aquella niña que sólo quería jugar, amar, sea amada, crecer y convertirse en mujer. Juntas hemos luchado, hemos saltado por encima de muros impenetrables y hemos superado muchas adversidades. Ahora estamos unidas para siempre y, por encima de todas las cosas, queremos VIVIR.
Tras todos estos meses donde he tenido el placer de compartir mi historia con todas vosotras, llegamos al final de la misma. Sólo puedo deciros GRACIAS, GRACIAS y GRACIAS por leer y apoyarme en este camino, si ha servido aunque sea para ayudar a una sola persona, habrá valido la pena.
¡Hasta siempre!
Auri
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Hola Auri. Te llamas igual que mi prima, a la única que he considerado como tal a pesar de tener una extensa familia. Al igual que tú, ella sufrió abusos en su infancia. Tuve mucho contacto con ella cuando éramos muy pequeñas pero luego las relaciones familiares se rompieron y desde los 6 años hasta los 8 no volví a saber de ella que nos invitaron a pasar unos días de navidad con ellos. Allí como niñas que éramos retomamos la relación como si nos hubiéramos visto el día anterior. Allí me contó que tenía un novio y que tenía que guardarle el secreto, que era su profesor de 4º de egb. Le dije que ese no era su novio y que no debía estar con él, que él no era bueno. A mis 8 años no pude decirle mucho más. Al día siguiente me dijo que todo eran fantasías suyas que ella tenía mucha imaginación y como todo el mundo sabía estaba loca, pero mi cara demostraba que no creía en esa segunda versión. Su madre me corroboró la idea de la imaginación de mi primica Auri y lo loca que estaba y ahí quedó la cosa. Volví a Madrid a mi vida y no me atreví a contar nada porque las relaciones con la familia de mi padre eran bastante endebles, de hecho no volví a verla hasta los 14 años que ella vino a Madrid. Le presenté a todos mis amigos pero ella prefería perderse. Hasta que un día apareció su madre y se la llevó de allí. Años después me enteré de que mi madre había descubierto que tenía una relación con el vigilante de la urbanización, por supuesto un hombre hecho y derecho, que hoy por desgracia es policía municipal de un pueblo de la sierra. Mi madre se alarmó y llamó a la hermana de mi padre para contarle la situación.
A los 17 años esa niña llena de imaginación y loca, se escapó de casa y no se volvió a saber nada de ella hasta que cumplió los 18. Había tenido una niña. Vivía con su novio y había encontrado trabajo de camarera. Fui a verla. Qué alegría verla bien. Entró un hombre mayor que era el empresario que la daba trabajo. Se pintó de una forma “extraña” y salimos al bar de abajo a tomar algo. Le pregunté que de qué trabajaba y me dijo que de camarera en una barra americana. “Solo de camarera” me dijo y con 18 años yo sabía que no era cierto. Le dije que sin estaría relacionado con ese novio que tuvo con 8 años… Nunca más he vuelto a verla en persona. Recuerdo sus últimas palabras: “siempre llevas puesta la corona de angelito” me dijo y me despidió porque había quedado.
Nunca más quiso quedar conmigo en Madrid y tiempo después volvió a casa de su madre, enganchada a la heroína. Tiempo después le descubrieron un vih. Toda la familia la repudiaba y decían sentir asco de ella por su adicción, por su vih, por tener los dientes negros, por haberse dedicado a lo que se dedicó…. Continuó con sus intentos de salir de las drogas con recaídas, huídas de casa…..Terminó en un programa de metadona aunque siguió con sus flirteos con la prostitución hasta que llegó un hombre que se “enamoró de ella y la sacó de todo aquello”. El era un santo, después de todo lo que era mi prima, la estaba salvando de esa situación, aunque por retazos perdidos de conversación yo sospechaba que era un alcohólico y un ludópata. Así continuó la vida. Ella no quería contacto con nadie y se había ido a vivir a un pueblo. Al poco de nacer mi hija quise verla. Me dijeron que estaba muy mal pq el hombre con el que vivía la había abandonado. “No era de extrañar porque era una alcohólica”
“Dame su teléfono” pero no me lo dieron pq ella estaba mal. Además, tiene sida como te vas a acercar con tu recién nacida. “Dame su teléfono” pero no me lo dieron. Lo pedí en varias ocasiones, pedí su dirección, la mandé regalos a través de mi padre y recados a través de él pero ni a mi padre ni a mi nos dieron nunca el teléfono…. Ella nunca llamó al mío.
Un buen día, mi adorada prima Auri (Aurea Desiré se llamaba “dorada y deseada”) se sentó en el sillón de su casa. Dejó de comer y de beber, solo acompañada con botellas de ron o whisky o yo que sé. Así durante 10 días hasta que su cuerpo no pudo más y abandonó este mundo que solo le había proporcionado dolor después de 45 míseros años de existencia.
Aún hoy me pesa como una losa el secreto que la guardé, aunque a mi edad adulta sé que no hubiera cambiado las cosas en la niñez y cuando era mayor, ella no quiso verme o su familia no quiso… ¿Tal vez porque sabía que yo le guardaba un secreto al que no quería enfrentarse? Ya nunca lo sabré. Para mi Auri es demasiado tarde.
Hoy sé que lo que intuí con 8 años era cierto y por eso sé los estragos que puede causar en una persona sufrir abusos, ser profanada, romper su inocencia.
Me alegro que dentro de ti hayas encontrado la fuerza suficiente para salir. Me alegro de lleves una vida plena y feliz. Me alegro de que hayas tenido la fuerza suficiente para enfrentar tus demonios o más bien los demonios que otros dejaron en tu alma. Me alegro de que rompas el ciclo de la violencia sufrida en tu infancia, de que la próxima generación de tu mano vaya a saber lo que es el amor, el respeto, la atención y una buena crianza.
Gracias por la niña que fuiste, por la mujer que eres, por tu valentía, por tu fuerza y tu honradez. Gracias por visibilizar lo que se mantiene oculto, por romper el ciclo, por no dejar que las sombras vencieran y dar luz a tantas personas adultas que han sufrido la maldad del mundo, por concienciar a los adultos de que no miren para otro lado y por tratar de prevenir el que le ocurra a más niñas y niños.
Gracias Auri.
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Gracias por explicar tu historia, todas son importantes, visibilizar, y informar siempre es positivo! Un abrazo
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Te admiro Auri x tu valentía y entereza. Encontré de casualidad tu blog y lo leí todo en pocos días. Te felicito y agradezco por compartir tu relato, que en algún punto me recuerda a mi infancia. Sigue adelante, y mando todo el amor y la fuerza desde Argentina
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Un abrazo! Me alegro que te guste y que de alguna forma pueda servirte!
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Auri, siempre te he admirado, querido cómo compy, amiga, persona muy sincera, Alegre, etc
Pero después de leer toda tu publicación todos esos sentimientos hacia ti sean duplicado.
Eres muy valiente y fuerte dos cualidades que me demostraste cuando éramos compañeras, ahora solo puedo decirte cuenta conmigo para lo que sea. Y un abrazo enorme y un sinfín de besos de mi parte.
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Gracias , bonitas palabras!!! Un abrazo 😘😘😘
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Ayy guapi! Leyendo tu historia entiendo algunas cosas que no entendia cuando nos conocimos,estabas en plena lucha…cuanto podria haberte ayudado…no se…yo tenia mi propia lucha…pero si algo he aprendido es q por mucha gente q tengas a tu alrededor siempre tienes q ser tu misma la q cierre capitulos, la q supere las cosas….
y nuestros rayitos de luz ayudan muchooo! Muchos besoos!!!
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Grcis amore!!!! ❤️Si ernminimvisible es lucha ! 😘
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Me ha gustado muchísimo la manera de explicar tu relato…
Deberias seguir escribiendo, escribes muy bien…
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